Los  pescadores del bullicioso puerto de El Aaiún descargan cientos de cajas  cargadas de plateadas sardinas y hielo en contenedores refrigerados.
En el mar, hacia el sur, se pueden ver los confines de la gigantesca cinta transportadora de 98 kilómetros   que provee al puerto de fosfato, materia prima de fertilizantes  agrícolas, desde una mina ubicada en pleno desierto hasta los barcos  cargueros.
La  pesca y el fosfato, junto a potenciales reservas de petróleo y gas,  están detrás de la disputa territorial en el Sahara Occidental, que  lleva años políticamente estancada.
El  gobierno de Marruecos asegura que proporcionan las bases del desarrollo  económico, ayudando a impulsar el territorio a la modernidad.
Pero  para los activistas saharauis que todavía sueñan con la independencia,  lo que se ve en El Aaiún no son más que las marcas que deja una  ocupación ilegal que busca la explotación de sus recursos naturales.
La  discusión llegó la semana pasada al Parlamento Europeo en Estrasburgo,  donde los eurodiputados votaron a favor de suspender el acuerdo pesquero  entre la Unión Europea y Marruecos por considerar que podría ser  ilegal.

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