– 5 MAYO, 2012
Doce años lleva la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO) en los territorios ocupados por Marruecos y en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia) en lo que más parece una estancia vacacional bien pagada, que una misión de vigilancia de alto el fuego y no injerencia entre el Frente Polisario -representante del pueblo saharaui- y el gobierno de Marruecos.
El pasado 30 de abril el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas renovó por un año más la única misión de la ONU que no tiene dentro de sus principios de actuación la vigilancia del respeto a los derechos humanos en el territorio ocupado. Marruecos, como miembro de turno, y Francia, como miembro de pleno derecho, han buscado constantemente el veto de este punto que vienen reclamando el Frente Polisario y las asociaciones de defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch, Amnistía Internacional o AFAPREDESA (Asociación de Familiares de Presos y Detenidos Saharauis).
Tanto desde la MINURSO como desde el gobierno de Mohamed VI se empeñan en demostrar que la vigilancia de los derechos humanos no es necesaria en esta misión, ya que como afirmaba el antiguo jefe de la MINURSO, el británico Julian Harston, «hay muchas otras formas y métodos de hacer seguimientos de los derechos humanos», un seguimiento de ojos cerrados que los cascos azules realizan mientras decenas de presos políticos saharauis permanecen en cárceles marroquíes sin derecho a la defensa o acceso a un juicio justo. La Comunidad Internacional mira para otro lado y se limita a formular recomendaciones de diálogo entre las partes, sentando a la mesa a víctimas y a verdugos, pidiéndoles un acercamiento que parte de la desventaja de los abusos que lleva cometiendo Marruecos en el Sahara Occidental desde hace 36 años.
Las vejaciones, violaciones, detenciones y desapariciones han hecho que cinco presos comenzaran el pasado 2 de marzo una huelga de hambre por su liberación. Fueron llevados a la conocida “cárcel negra” de El Aaiún tras ser detenidos en una manifestación pacífica en la ciudad de Dakhla.
No sólo no es que la ONU conozca tales violaciones, sino que en uno de los borradores previos a la resolución, Ban Ki Moon daba a entender que el majzén (término con el que habitualmente se refiere a la élite y policía marroquíes) espiaba a la MINURSO, quien se mostraba “incapaz de ejercer plenamente sus funciones de vigilancia, observación e información sobre el mantenimiento de la paz y no dispone de autoridad para impedir la erosión de su misión”. Entre las dificultades expuestas, el Secretario de Naciones Unidas afirmaba que había indicios de que, al menos en alguna ocasión, se había comprometido la confidencialidad de las comunicaciones entre los cuarteles de la MINURSO y Nueva York.
Mientras tanto la población saharaui cada vez cree menos en la misión para el Sahara, los soldados apenas aparecen por las calles de El Aaiún. Durante el desmantelamiento del campamento de protesta de Gdeim Izik el año pasado, la MINURSO decidió mantenerse al margen a pesar de los duros altercados que hubo en la zona. Ningún saharaui deposita ya ni confianza, ni esperanza en la misión. La credibilidad de la MINURSO es escasa, por no decir nula. El destacamento de cascos azules hace tiempo que se quedó obsoleto y sólo sirve para recordar que en el Sahara Occidental es necesario realizar un referéndum de autodeterminación como así rezan sus siglas. Parece que el viento del desierto lo oxida todo, hasta las misiones de Naciones Unidas.
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