David
Bollero - Posos de anarquía 18 feb 2013
Ayer fue un día más para volver a sentir naúseas por
absolutamente todos los gobiernos democráticos que ha tenido España. Fue uno de
esos días en los que uno siente cómo se le revuelven las tripas con la mera
imagen de nuestros políticos en el Congreso de los Diputados o del rey en sus
huecos discursos de Navidad. Ayer, Marruecos sentenció de manera injusta a 24
saharauis, condenando a ocho de ellos a cadena perpetua, por el simple hecho de
haberse manifestado pacíficamente a finales de 2010 montando el campamento de
Gdeim Izik.
Fue un juicio ilegal, repleto de irregularidades
según la totalidad de los observadores internacionales que acudieron al proceso.
Un juicio militar para 24 civiles que se ha demorado más de dos años, dejando
que esos saharauis se pudrieran en una cárcel inmunda marroquí sin que ni
siquiera se hubiera probado su culpabilidad. Ni siquiera ahora, con su vida
arruinada, se ha probado nada, salvo la carta blanca que tiene Marruecos para
violar sistemáticamente el Derecho Internacional.
Ayer, fue uno de esos días en los que el Gobierno de
España y, por supuesto, Juan Carlos I, volvieron a mancharse las manos de
sangre, convirtiéndose en cómplices de una dictadura, como la de Mohamed VI, de
un régimen que tortura, mata y condena injustamente a presos políticos que son,
para mayor deshonra nacional, antiguos ciudadanos de España. Ante un proceso
como el que ayer concluyó en Marruecos, no sólo España, sino el maldito premio
Nobel de la Paz de la Unión Europea deberían protestar enérgicamente, pero no.
El silencio es absoluto y a uno le da por pensar que ojalá un tribunal así
juzgara a Urdangarín, a Bárcenas, a Blanco, a Mato, a Rato, a Rajoy y al
mismísimo Borbón, salpicado de arriba a abajo por la
corrupción.
Si en cualquier país europeo se desarrollara un
juicio como el de Rabat, sería un auténtico escándalo. No les digo ya si se
produjera en Venezuela, Cuba o Ecuador. Entonces, el ministerio de Exteriores
emitiría nota de condena, la que hoy se me presenta gentuza por su silencio,
como Esperanza Aguirre, Rubalcaba, Trinidad Jiménez, Rajoy… e, insisto, el
Borbón lamentarían la falta de libertad en ese país. Pero con Marruecos no y, de
hecho, salvo que la hernia lo impida, del 3 al 5 de marzo el Borbón viajará al
encuentro de Mohamed VI con una delegación de empresarios españoles para volver
a mancharse las manos de sangre, para mirar a otro lado ante las violaciones de
Derechos Humanos, mientras se tiende la mano para recibir dinero. Eso tiene un
nombre.
Anoche, cuando el documental Hijos de las nubes se
llevó el Goya a la Mejor Película Documental, fue un premio para los saharauis,
para toda la gente, que es mucha, que ha he hecho posible ese documental, desde
los productores a todas las personas que han luchado por esa realidad —la lista
es interminable, sin olvidar a la gran familia del FiSahara— pasando, por
supuesto, por los mismos saharauis. Ese premio Goya y el discurso de Javier
Bardem fue una nueva bofetada de realidad para el Gobierno español, para una
cartera como la de García-Margallo que se ha convertido en una mera oficina
comercial sin dignidad ni honestidad alguna.
Ayer, comenzaba este post, fue un día para sentir
asco por nuestro monarca, por nuestro Gobierno y por esta doble moral que tolera
juicios como el concluido en Rabat. Fue un día para constatar la prostitución
política de nuestro país, de toda Europa, de la Comunidad Internacional en
pleno. Fue un día en el que todos los que nos gobiernan -y han gobernado- y al
que puso Franco en la Zarzuela, perdieron toda legitimidad para llevar las
riendas de este país, para exigir cualquier sacrificio y, sobre todo, para
llamarse demócratas. Todos ellos, a mis ojos, no son más que mercenarios de la
peor calaña cuyo destino, quizás, termine en el mismo callejón sin salida al que
conduce su moral esquelética. Y no serán, precisamente, los españoles de bien
quienes acudan a su rescate.
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