Sidi Omar 10/03/2013
Esta noticia pertenece a la edición en papel de El
Periódico Mediterraneo.
Muchos analistas coinciden en que las revueltas
populares en el Magreb (que algunos llaman primavera árabe) representan un
evento transcendental que ha cambiado significativamente el mapa político de la
región con el derrocamiento de los regímenes en Túnez, Egipto y Libia. En este
contexto se enmarca la lucha por los derechos humanos en el Sahara Occidental y
el uso de la no violencia como estrategia para el cambio
social.
Varios comentaristas atribuyen el estallido de la
cadena de sucesos que han llevado a las revueltas árabes a aquel incidente
trágico en el que Mohamed Al-Bouazizi, un joven tunecino de 26 años, se quemó a
lo bonzo el 17 de diciembre del 2010 como reacción a los acosos de la policía
local. Sin embargo, hubo otro evento al que los medios de comunicación tanto
internacionales como árabes no prestaron mucha atención, a pesar de que algunos
coinciden en que fue el catalizador que provocó el comienzo de la primavera
árabe.
Se trata del campamento de protesta de Gdeim Izik en
las zonas ocupadas del Sahara Occidental. En octubre del 2010, pocas semanas
antes del desafortunado incidente de Al-Bouazizi en Túnez, miles de mujeres,
hombres y jóvenes saharauis montaron un campamento de protesta pacífica en Gdeim
Izik, a las afueras de El Aaiun, la capital saharaui ocupada. Con este acto de
protesta popular y pacífica, los saharauis pretendieron protestar contra las
precarias condiciones socioeconómicas y políticas en las que llevan viviendo
durante más de 35 años bajo la ocupación ilegal de su país por parte de
Marruecos. A pesar del carácter pacífico de la protesta, las autoridades
marroquíes de ocupación decidieron desmantelar el campamento y dispersar a sus
residentes por la fuerza.
Tras el desmantelamiento del campamento, cientos de
saharauis fueron detenidos. Entre ellos 24 activistas de derechos humanos que,
el pasado 16 de febrero, fueron juzgados ante un tribunal militar marroquí, que
condenó a nueve de ellos a cadena perpetua y a otros 14 a penas de prisión de entre
20 y 30 años. Varias organizaciones internacionales de derechos humanos han
expresado su profunda preocupación por el desarrollo de este injusto juicio que
Amnistía Internacional ha considerado defectuoso desde el
principio.
Independientemente de si hubo o no alguna relación de
causalidad entre lo que sucedió en Gdeim Izik y lo que transcurrió luego a lo
largo del Magreb y Oriente Medio, lo cierto es que los recientes levantamientos
populares árabes representan una protesta masiva contra la precaria situación
socio-económica y política en la que vivían y siguen viviendo millones de
personas en toda la región. Tanto en Túnez como en Egipto, Libia, Marruecos o en
las zonas ocupadas del Sahara Occidental, miles de personas, sobre todo jóvenes,
se lanzaron a las calles para protestar pacíficamente en contra de sus regímenes
tiránicos y reclamar justicia social, democracia y el respeto de los derechos
humanos fundamentales. Contando con internet y las redes sociales como medios de
movilización, entre otros, los manifestantes en la gran mayoría de las revueltas
árabes eran conscientes de que la única manera de lograr el cambio social
deseado y fortalecer la paz social duradera sería a través de métodos pacíficos.
Esta fue la razón por la cual optaron decididamente por el uso de la no
violencia como estrategia de resistencia y respuesta pacífica a la injusticia y
la tiranía. El campamento de protesta de Gdeim Izik fue por tanto un poderoso
despliegue de la no-violencia como estrategia de lucha por los derechos humanos,
que vienen llevando a cabo los saharauis para socavar sistemáticamente la
voluntad política de Marruecos y su capacidad para mantener su ocupación ilegal
de su país. Del mismo modo, lo que triunfó en la plaza Tahrir en El Cairo fue el
poder de la no-violencia, la desobediencia civil y la denuncia categórica de la
violencia, a pesar de las provocaciones por parte de los defensores del régimen
de Mubarak.
Es posible que las revueltas árabes hayan sido una
sorpresa para muchos fuera de la región, pero son el resultado de una larga
historia de la lucha pacífica de las sociedades civiles en los países árabes
para llevar a cabo un cambio social significativo con sistemas políticos más
justos y democráticos. En rigor, son revoluciones populares en favor de los
derechos humanos y el derecho de los pueblos oprimidos a tomar control de sus
destinos. Sin embargo, cabría preguntarse cómo gran parte de la comunidad
internacional, a pesar de su retórica sobre la democracia y la universalidad e
indivisibilidad de los derechos humanos, ha hecho la vista gorda ante las
actuaciones de los regímenes autoritarios en la región durante décadas. Lo que
demuestra esta actitud contradictoria, por ejemplo, es la disonancia que se
muestra hoy en día entre las floridas alabanzas de algunos países europeos a la
libertad de todos los pueblos árabes (por no hablar de su entusiasmo por la
intervención humanitaria en Libia y otras zonas) y su continua indiferencia a la
lucha pacífica de los saharauis por el respecto de sus derechos humanos básicos,
incluyendo su derecho inalienable a la autodeterminación. Estas y otras
cuestiones se abordarán el próximo 11 de marzo en el Club de Debate No violencia
y cambio social que se celebrará a las 19 horas en la Llotja del Cànem de
Castellón. H
*Investigador de l’Institut Interuniversitari de
Desenvolupament Social i Pau de la Universitat Jaume I.
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