lunes, 31 de enero de 2011

"Marruecos no será la excepción"

El príncipe Mulay Hicham, de 46 años, tercero en la línea de sucesión en el trono de Marruecos, considera, en entrevista telefónica desde París, que el mar de fondo que recorre el sur del Mediterráneo llegará a su país. Autor de artículos académicos sobre el mundo árabe, el príncipe mantiene una tensa relación con su primo hermano, el rey Mohamed VI.

Pregunta. ¿Es 2011 para el mundo árabe lo que fue 1989 para el comunismo?
Respuesta. El curso de la historia ya cambió con la caída del régimen de Ben Ali, cualquiera que sea el desenlace de la crisis egipcia. El antiguo régimen ya no podrá ser mantenido tal cual. El verbo "cambiar" se conjuga en presente y no en futuro. El muro del miedo que imposibilitaba cualquier sublevación popular, erigido en la cabeza de cada ciudadano, se desmoronó. Eso abre paso a movimientos de protesta democráticos. A decir verdad, la crisis que experimentan los poderes autoritarios podía adivinarse desde hace tiempo. Se percibía hasta hace poco a través de un profundo malestar. La novedad son estas erupciones populares, que ponen de manifiesto un mar de fondo de descontento en toda la región.
P. Las revoluciones tunecina y egipcia no guardan relación con experiencias anteriores.
R. Son una ruptura con los esquemas anteriores que inspiraban a los movimientos de protesta árabes desde hace más de dos décadas. El conflicto árabe-israelí ya no está en el corazón de los nuevos movimientos democráticos. El islamismo radical tampoco les inspira. El acto fundacional de la revolución jazmín en Túnez fue la inmolación de un joven licenciado, lo que no tenía ningún carácter religioso. Los nuevos movimientos ya no están marcados por el antiimperialismo, el anticolonialismo o el antisecularismo. Las manifestaciones de Túnez o de El Cairo carecen de cualquier simbolismo religioso. Rechazan así la tesis de la excepción árabe. Suponen una ruptura generacional. Además, las nuevas tecnologías animan a estos movimientos. Ofrecen un nuevo rostro de la sociedad civil en la que el rechazo del autoritarismo se compagina con el de la corrupción. Estos movimientos son a la vez nacionalistas y antiautoritarios. Son panarabistas pero con un nuevo enfoque que da la espalda a la versión antidemocrática de esa ideología que prevaleció antaño.
P. ¿Qué lecciones debe sacar el Magreb y, concretamente, Marruecos de lo sucedido en Túnez?
R. Marruecos no ha sido aún alcanzado, pero no hay que equivocarse: casi todos los sistemas autoritarios resultarán afectados por la oleada de protestas. Marruecos no será probablemente una excepción. Queda por ver si la contestación será solo social o será también política, y las formaciones políticas, animadas por los últimos acontecimientos, se animarán. Más vale curarse en salud y prácticar la apertura antes de que llegue la ola de protestas y no después. Así se dispondrá de un margen de maniobra. Los tiros, sin embargo, no van por ahí. La dinámica de liberalización política iniciada a finales de los noventa está casi agotada. Redinamizar la vida política marroquí en el contexto regional, evitando los radicalismos, será un gran desafío.
P. ¿Se parece Marruecos a Túnez?
R. Marruecos disfruta de un mayor grado de mediación social entre el poder político y el pueblo. Ahora bien, esa mediación está ampliamente desacreditada. Lo demuestra la bajísima participación en las elecciones. Hay otras diferencias importantes con Túnez. La población de Marruecos es más variopinta, su anclaje en la historia más antiguo y sus diferencias sociales más acentuadas. El abismo entre las clases sociales socava la legitimidad del sistema político y económico. Las múltiples modalidades de clientelismo en el aparato del Estado ponen en peligro su supervivencia. Si la mayoría de los actores sociales reconocen a la monarquía, están, no obstante, descontentos con la fuerte concentración del poder en manos del Ejecutivo. Los nuevos movimientos sociales en Túnez, Yemen, Jordania, Argelia y Egipto colocan la dignidad del ciudadano en el centro de la política.
La amplitud del poder monárquico desde la independencia es incompatible con la nueva dimensión fundamental que reivindica el ciudadano. Es así cualesquiera que sean las cualidades humanas del individuo, incluso si este es un rey ilustrado.
P. Usted es un atento observador del mundo árabe. ¿Le han pedido algún consejo en Rabat?
R. Nadie, oficial u oficiosamente, me ha solicitado mi opinión. Al país le sobran recursos intelectuales y políticos. Quiero además preservar mi autonomía intelectual. Tengo además mis obligaciones en el marco de varias instituciones internacionales.
P. ¿Tiene algo que temer Europa por lo que sucede en la orilla sur del Mediterráneo?
R. Ni Europa ni Occidente en general son determinantes. Las protestas han pillado por sorpresa a esos regímenes mimados por Occidente, sobre todo por Francia en África del Norte. Es la primera vez desde la etapa colonial que el mundo árabe se autodetermina para alcanzar una democracia mediante manifestaciones callejeras sin el respaldo de Occidente. Europa debe despertarse, dejar de apoyar a dictaduras no viables y apoyar a fondo los movimientos que aspiran a un cambio plural. Hay que acabar con la dicotomía maniquea que consiste en asustar con el islamismo para poder así preservar el status quo.
En los nuevos movimientos sociales la religión no desempeña ningún papel. Es una generación más bien secularizada la que reivindica la libertad y la dignidad ante regímenes que vulneran los derechos humanos. Eso no significa que el islam político no desempeñará un papel en el futuro de esas sociedades en vías de democratización. Será un elemento, entre otros, del tablero político. El principal problema de esos movimientos no es el islamismo, sino la ausencia de liderazgo político.
 

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