*Por Enrique Gómez
Mohamed
Era un 
policía de la seguridad marroquí destinado en el Sahara desde hacía ya 
demasiados años. Esa 
mañana se levantó nervioso. Tenía que ir pronto a la gendarmería. Ese día 
llegaba a El Aaiún el enviado personal del secretario general de la 
ONU para el Sáhara Occidental, 
Christopher 
Ross. Desayunó 
rápido, apenas se despidió de su mujer y sus dos hijos. Se vistió con esa 
sudadera que tanto le gustaba, cogió su gorra, escondió su porra debajo de la 
sudadera y salió rumbo a su trabajo. En el barrio observó como sus vecinos le 
miraban, él sabía que le admiraban aunque a veces también pensara que le temían 
por su fama de hombre duro.
Ya 
en la gendarmería recibió órdenes: No debía haber disturbios y cualquier conato 
de manifestación de saharauis debía ser cortado de 
raíz.
No 
era la primera vez que recibía ese tipo de órdenes, es más, desde 1995 cada vez 
era más frecuente enfrentarse a esos saharauis alborotadores que lo único que 
querían era desestabilizar las provincias del sur, impidiendo la prosperidad que 
debería de haber llegado hace años a su querido 
Marruecos.
Creía 
profundamente a su jefe cuando les decía que esas manifestaciones atentaban 
contra la línea de flotación de Marruecos. Era un tema de seguridad nacional, no 
era un juego, era fuego real. Si triunfaba la Intifada sería el fin del próspero 
Marruecos. Su jefe les decía que hicieran ellos su trabajo que otros harían el 
suyo (refiriéndose a la facilidad que tenía su régimen para comprar voluntades y 
silenciar las noticias). Nadie sería sancionado, la integridad territorial 
estaba por encima de cualquier derecho individual o 
colectivo.
Junto 
con otros compañeros, igual como él de paisano, se dirigió a la Avenida de Smara 
en El Aaiún. Se quedaron vigilando cerca del Hotel donde se alojaban los 
miembros de la ONU. Sabía que ese hotel era un lugar de encuentro de militares 
de la Minurso y también sabía que algunas prostitutas frecuentaban la zona con 
la esperanza de ser contratadas por esos militares que no sabía muy bien que 
hacían en su Sahara.
La 
presencia de estos militares le molestaba, sabía que no vigilaban su trabajo 
pero le molestaba que hubiera testigos en la resolución de lo que el llamaba un 
conflicto interno entre marroquíes.
Pasaron 
las horas y ya a mitad mañana, vio como un grupo de hombres y mujeres saharauis 
se acercaban a la Avenida de Smara, gritando y coreando lo que en la distancia 
parecían consignas independentistas: el ya famoso grito de LABADIL LABADIL AN 
TAKRIR LMASIR (1)
Junto 
a sus compañeros corrió hacia ellos. No eran más de 10 ó 15 saharauis. Observó 
incrédulo como un saharaui sacaba una descolorida y raída bandera de su pantalón 
y levantándola con las dos manos  saludaba a los coches de la 
Minurso.
Enseguida 
echó a correr, eso era intolerable, había que detener al independentista que con 
su actitud “ponía en peligro la integridad territorial de su Marruecos”, como 
decía su jefe y él creía.
Junto 
sus compañeros enseguida dieron con él en mitad de la calzada de la Avenida de 
Smara. Le golpearon, se lo merecía, le pegaron patadas entre todos y con sus 
porras el dieron un buen escarmiento. El alborotador quería escaparse y él 
entonces sin pensárselo le lanzo una patada a la cara como le habían enseñado en 
las clases de defensa personal de la gendarmería. Cuando se levantaba en el aire 
para propinarle la patada en la cara, pudo observar que la mirada del saharaui 
no era de miedo ni de ira. Creyó reconocer esa mirada de indiferencia como si no 
le importara el dolor que le iba a propinar.
La 
patada fue espectacular, el saharaui cayó al suelo, momento que aprovecharon sus 
compañeros para seguir dándole porrazos y patadas. Lo detuvieron y lo entregaron 
a una unidad uniformada para que diera cuenta de 
él.
Junto 
con sus compañeros se dirigió a las proximidades del Hotel sabiendo que habían 
cumplido con su obligación esperando terminara su 
jornada.
Al 
llegar a casa a la hora de la comida, su mujer como todos los días le preguntó 
cómo le había ido el día y él sin quitarse de la cabeza la mirada del saharaui 
mientras le propinaba la patada, le respondió como todos los días, que todo 
había ido muy bien.
Aunque 
sabía de su legitimidad, no le gustaba hablar ni presumir en público de que 
otros policías y él golpeaban a saharauis con porras y patadas, no fuera ser que 
lo consideraran un cobarde. Al fin y al cabo el saharaui iba armado, armado con 
una bandera raída y descolorida.
Mohamed
Esa 
mañana se levantó nervioso. Llegaba a El Aaiún el enviado personal del secretario general de la 
ONU para el Sáhara Occidental, 
Christopher 
Ross.
Sabía 
que Ross se iba a reunir con asociaciones saharauis. Esas asociaciones que 
Marruecos ninguneaba, iban a ser recibidas y ser legitimadas nada más y nada 
menos que por la ONU. Nunca más podría decir Marruecos que estas asociaciones 
carecían de valor jurídico: La ONU se reunía con ellas y las reconocía como 
interlocutores en el conflicto de la ocupación del Sahara 
Occidental.
Dahba, 
su madre sabía, por como se había levantado Mohamed, que ese día iba a ser un 
día importante en la vida de su hijo. Ella sufría, no quería que lo encarcelaran 
ni que le hicieran daño. Ella también sabía que no podía hacer nada, que la 
voluntad de Mohamed era férrea y que nada podía hacer para frenarle y la verdad 
es que tampoco deseaba hacerlo. Sólo le decía a su hijo con 
frecuencia:
– Que 
no te hagan daño Mohamed, te podrán golpear pero nunca te podrán hacer 
daño.
Su 
padre trabajó para la administración española. Estudió hasta el instituto, no 
había universidades en la colonia española del Sahara. Le gustaba la filosofía. 
Mohamed tenía grabada a fuego la historia que un día le contó su padre sobre un 
esclavo y su amo. Cuando el amo propinó una paliza a su esclavo por un error que 
cometió. Después de una gran paliza, éste ni se inmutaba hasta que extenuado 
abrió la boca para decir a su amo: 
– Cuidado, señor, que si 
seguís así, vais a romper vuestro bastón. 
Terminó 
de desayunar rápido, se dirigió a su cuarto y movió el armario y de la parte de 
atrás sacó de su escondite su descolorida y raída bandera del Sahara Occidental. 
La cogió la observó y gritó en silencio para sus adentros: LABADIL LABADIL AN 
TAKRIR LMASIR.
La 
dobló y se la metió en su pantalón. Salió a la calle, vio como sus vecinos le 
miraban con admiración y cuando se reunió con sus amigos en el portal oyó los 
zgarit 
(2) 
de 
su 
madre a modo de despedida. La miró y unas lágrimas asomaron en las mejillas de 
Dahba.
Nada 
de lo que iban a hacer ese día era debido al azar. Estaba todo estudiado. Sabía 
que los marroquíes les iban a dar fuerte pero también sabían que si eran 
detenidos les podrían privar de su libertad pero no así de su felicidad. 
Recordaban a los héroes de Gdeim Izik, 24 presos políticos saharauis, en prisión 
preventiva desde hace más de dos años. Recordaban como estos héroes al escuchar 
sus sentencias, sus injustas sentencias, gritaban gritos por la independencia 
haciendo signos de la victoria y sonriendo de forma sincera. ¡Podían quitarles 
la libertad pero no su felicidad ni su verdad!
Mohamed 
y sus colegas sabían que lo que hacían, lo hacían por ellos y por el futuro de 
su pueblo; sabía que era posible que ellos no vieran la independencia del Sahara 
pero también sabía que había muchos saharauis que cogerían su testigo en la 
lucha cuando él ya no estuviera.
Mohamed 
llevaba ya años pensando que sólo tenía dos formas de vivir bajo la ocupación: O 
bien siendo cómplice del torturador y ocupante o luchando por la libertad de su 
pueblo como lo había vivido desde pequeño observando el ejemplo de los 
suyos.
Mohamed 
recordaba la canción de un cantante cubano amigo de los saharauis que desde 
España cantaba “Mejor salir y hacer que llorar por la ventana” Esa canción (3) 
le animaba a seguir en su lucha
Salieron 
desde el barrio de Matala (4) camino de la Avenida de Smara donde sin duda 
aparecería la comitiva de la ONU esa mañana. Nada más llegar a la avenida y 
cerca del hotel donde se alojaba la Minurso vio venir los coches blancos de las 
Naciones Unidad. Sacó de su pantalón la raída y descolorida bandera y la cogió 
con sus manos ondeándola por encima de su cabeza. Empezó a gritar con sus 
compañeros el grito de la independencia del Sahara: LABADIL LABADIL AN TAKRIR 
LMASIR.
No 
había pasado ni un minuto cuando ocurrió lo esperado: unos policías de paisano 
fueron a por Mohamed y empezaron a golpearle con saña. Eran 8 ó 10 los policías 
que le propinaron una terrible paliza. Mientras le golpeaban vio como también 
golpeaban con las porras a su amigo que iba a su lado vestido con darra 
(5).
Yacía 
en el suelo mientras le seguían pataleando. Consiguió a duras penas levantarse  
y mientras lo hacía vio como un policía de paisano dando un salto, le iba a 
propinar una patada en la cara. En décimas de segundo miró al policía a los ojos 
fijamente como diciéndole:
– Golpéame 
fuerte, me causará dolor, pero no me harás daño.
La 
patada le impactó le la cara, le siguieron golpeando. Lo metieron a rastras en 
un coche de policía y lo sacaron de El Aaiún.
Tuvo 
que volver a su barrio andando y sangrando. Al llegar a Matala se encontró con 
sus amigos, se abrazaron y se saludaron al modo saharaui, preguntándose como 
había ido su misión. Estaban orgullosos. Al fondo veía a su madre acercarse 
corriendo gritando y haciendo zgarits. Se abrazó a ella y vio como su padre 
llegaba y le miraba siempre detrás de todos. No quería robar ni un segundo de 
protagonismo a su hijo. Se sentía tan orgulloso de 
él…
Esta 
historia no es real pero es posible que lo sea. Está inspirada en el vídeo 
grabado por Equipe Media y colgado en Youtube 
En 
el Sahara hay muchas personas como estos dos Mohamed. ¿Cuál de los dos te 
gustaría que fuese tu hijo?
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(1) No hay otra solución que la 
autodeterminación
(2) Grito expresión de orgullo que 
hacen las mujeres saharaui ante una gesta heroica o como muestra de 
admiración.
(3) Canción Fulanito. Autor Roberto del Pino “Fulanito de 
Tal” http://www.myspace.com/fulanitodetalblog
(4) Barrio de El Aaiún de población mayoritariamente 
saharaui.
(5) Vestimenta tradicional que visten los hombres del 
Sahara y Mauritania

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